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Rameau el grande

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Hablábamos de la tristeza de Santiago el día del recital de Pierre Hantaï en este estupendo Ateneo Barroco que por causa de la pandemia se ha quedado reducido, en materia de público, a la mínima expresión. El pasado sábado se repetía la escena. Confiemos en que todo cambie, en que podamos volver a esa vida normal en la que la música representa un papel imprescindible y el año próximo se haga realidad, como anunció Manuel López-Rivadulla, vicepresidente del Ateneo de Santiago, antes de que diera comienzo el concierto, la tercera edición de este Ateneo Barroco. El programa, gracias a la estupenda disposición de sus intérpretes, se dio en dos pases separados por media hora, lo que permitía doblar el escasísimo aforo —treinta personas— que podía admitir el Teatro Principal y hacer posible que al menos el doble pudiera escuchar música tan hermosa. Hermosa y no sólo: verdaderamente trascendente en su ámbito dieciochesco francés —mostrando las cartas de la época para superarlas sobre la marcha— y mucho más allá. Uno diría que Rameau es uno de esos músicos que van entrando en la vida del aficionado de manera natural, que responden a una necesidad, hasta a una autoexigencia de ampliar mundos aparentemente conocidos, casi como un signo de madurez.

Mahúgo, Espina —tantas veces escuchado con la Orquesta Nacional de España— y Comellas fueron magníficos guías en este recorrido que parecía someterse al título de la pieza de John Adams: “A short ride in a fast machine”. Un viaje demasiado corto, pero con unos guías que conocían muy bien el camino. Mahúgo, en solitario, demostró su clase admirable en la Marche des Scythes, una pieza de Pancrace Royer, ese músico que domina con arrebatadora solvencia, que constituyó un magnífico contrapunto virtuosístico a ese mundo tan hondo, por más que a veces tan elegantemente ligero, del gran Jean- Philippe.

 

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